Don Luís de Góngora y Argote (1561 – 1627) y don Francisco de Quevedo y Villegas (1580 – 1645), enfrentados en los breves instantes de su vida terrenal, como individualidades aparentemente opuestas, están hermanados, al menos hoy, en dos aspectos. No el de la enorme importancia que ambos revisten para la literatura del siglo de Oro Español. Sino en algo más trascendente.
Están armonizados en las cenizas de la muerte que les recuerdan su fundamento mineral, permanente en el suelo pero transitorio al menor soplo de brisa. Y en las palabras que los reúne en vertientes diversas, precipicios que se juntan en el aire y adquiere un significado que cae en cataratas de emociones muy bien construidas.
El tema de la muerte, tratado por ambos, además los vuelve a vincular estrechamente. Su misma raíz, bifurcada en dos visiones hecha palabra, expresa el misterio de la vida en la conclusión de un sueño terrenal.
Su afecto al tema del amor los vuelve a reunir, aunque siempre parezcan ir de espalda el uno contra el otro.
Pero ahora aquí, ha llegado el momento, el tiempo y el espacio donde se reúnen a dialogar en sus poemas, a la visión de tu entendimiento, esperando que tú, lector invisible pero real, te veas movido por sus frases, por sus versos para hacer algún comentario. Vale.